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Mucho antes de que la cocinería espa?ola profesional vivierafirmemente asentada en los palacios del Parnaso gastronómico, un joven cocinero catalán no solo había puesto ya los pies en él, sino quehabía tenido el privilegio de participar activamente en la dignidadimperial que el mundo había depositado en Auguste Escoffier para que,desde el Hotel Savoy de Londres, diese a la cocina y a la gastronomíael estaus técnico, artístico y profesional que la nueva sociedadindustrial requería. Ignacio Doménech bebió de esas fuentescelestiales y las proyectó a todo el mundo en una incansable y épicalabor de comunicación autenticamente pionera y profética del fenómenode los cocineros mediáticos: 33 libros, dos revistas (El Gorro Blancoy La Cocina Elegante) y, probablemente, la primera academiaprofesional de cocina del país ponen de manifiesto que no era solo por los laureles gastronómicos por lo que suspiraba Doménech.Por ello, resulta también de lo más desconcertante que, habiendollegado a cotas tan altas, dedicara un impulso tan poderoso comogeneroso a la redacción de este Cocina de recursos (Deseo mi comida)?que aquí se ofrece en una edición corregida y anotada?, un libro decocina escrito en plena guerra civil donde no se respira ambrosíaalguna (más bien carbón, cordita y papel) y donde se truecan losproductos por trampantojos ilusionistas, se beatifican las coles yhasta los cacahuetes ponen el aroma del café. Imaginación (parautilizar las flores, por ejemplo), amplitud de miras (para abordarproblemas específicos culinarios, como la alimentación infantil, decuaresma o regional) y una solvencia profesional a prueba de bombaspara rescatar la esperanza culinaria de los eriales, ruinas ycementerios en los que el país vivía inmerso son los valores queencarna Ignacio Doménech en este portentoso libro.No siempre es necesario subir por la escala de la perfección paraalcanzarla, parece decirnos. Y este libro, como otros muchos delautor, así lo demuestra.